El desconocido destierro de Quevedo en la Torre de Juan Abad

Corría el año 1622 cuando el rey Felipe IV firmó la orden de destierro de Quevedo al interior de la Mancha, instalándose en un lugar llamado La Torre de Juan Abad, “mi lugar” decía el poeta. Los destierros mucho tuvieron que ver con el ascenso político del Conde Duque de Olivares, con el que mantenía una enemistad política y personal, por lo que la vuelta a Madrid le estuvo prohibida en varias ocasiones, siendo La Torre de Juan Abad, señorío de Quevedo, el pueblo donde escribió gran parte de su extensa obra literaria.

  

Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.Salime al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos,
mi báculo más corvo y menos fuerte.Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.

La Torre de Juan Abad comenzó siendo para Quevedo una tierra que le aportaba beneficios económicos a través del título de Señor que había conseguido de parte de los habitantes, ya que compraron la independencia de la jurisdicción real, en parte con dinero prestado de la madre de Quevedo, que no pudieron devolver, y de esta manera tras varios pleitos, obtuvo el título.

En La Torre de Juan Abad Quevedo pasó largas temporadas, desterrado, refugiado, aislado, de reposo, pero siempre aprovechó la estancia para escribir gran parte de su extensa obra en “su lugar”, como decían en la época “mi pueblo”. Porque terminó siendo “su lugar” al que acudía obligado por las circunstancias políticas, económicas o espirituales. Algo debía tener esta importante parada, asentamiento que desempeñó el papel de frontera entre poderes cristianos y musulmanes y una vez integrado en el reino de Castilla y León, límite entre las órdenes militares de Calatrava y Santiago, donde  disputaron batallas territoriales. La riqueza agrícola manchega, especialmente sus viñedos, también habrían influido en el empeño de Quevedo por obtener los derechos señoriales que le otorgaba el título.

En ese año 1622, Quevedo fue obligado a vivir en La Torre de Juan Abad, consecuencia del ascenso del Conde Duque de Olivares, como castigo a su actividad política en la que rivalizaba con el valido del rey Felipe IV. No debió sentar bien el destierro, cuando Quevedo imploraba por su vuelta a Madrid a los pocos días, aludiendo a un empeoramiento repentino de su salud, sin disponer en el pueblo de botica ni médico. Al no surtir efecto, D. Francisco debió hacer del castigo un retiro espiritual, porque dedicó su tiempo a escribir de manera muy fructífera. Para ello, el aire puro manchego, los paisajes y la tranquilidad que se respiraría en la época, tal como en la actualidad, pudieron ejercer de musa creativa, contribuyendo a la vasta producción literaria.

Villanueva de los Infantes, sería para Quevedo su hospital, donde tuvo que acudir en momentos de enfermedad y debilidad física, en busca de boticario y cirujano. En alguna carta menciona lo bien atendido y tratado que se encontraba en esta villa, tanto por los servicios médicos que echaba de menos en La Torre de Juan Abad, como por los amigos que le alojaban.

La relación de Quevedo con La Torre de Juan Abad, vive tres épocas, una primera de interés en conseguir el título de señor, y los pleitos con los habitantes, que parece no pagaban los privilegios que les demandaba. En una segunda época vive distintos destierros que convierte en retiros, tal vez sea la época en la que convierte La Torre en su lugar. En estos destierros siente como se une a esta tierra manchega, lo que trasciende en prolíficas etapas productivas. En la última etapa, tras los tres años que estuvo preso en el Convento de San Marcos de León, por orden del Conde Duque de Olivares, en 1943 un enfermo y envejecido Quevedo, se asienta en sus posesiones de La Torre de Juan Abad, definitivamente. Murió en 1645 en Villanueva de los Infantes donde había acudido a buscar cuidados médicos. 

Un año antes de la muerte de Quevedo, parece que tuvo lugar la reconstrucción de la “Ermita Templaria” como consta en la inscripción latina de la cúpula. La misma, aunque de origen desconocido, pudo suponer un reconocimiento de Fernando III el Santo y su hijo Alfonso X el Sabio, a la participación de esta Orden en la conquista de la comarca de Montiel a los poderes musulmanes, a finales del S. XIII. 

Quevedo sin duda hubiera dedicado algún ingenioso verso al histórico órgano barroco catedralicio, construido en el S. XVIII de haberlo conocido. Se trata de uno de los ocho instrumentos musicales más importantes de Europa, que conserva su estado original en la casi totalidad de las piezas que lo componen.

Su interior es en sí mismo un pequeño museo de la música, por las históricas partituras que forran algunos de los tubos metálicos, con una finalidad práctica, pero que aportan un valor histórico al antiguo instrumento, con las páginas en cifra de órgano de un ejemplar del Libro de Tientos de Francisco Correa de Arauxo, de 1626. En el interior de su fuelle y en otros tubos también existen partituras del S. XVIII. Todos los años los más prestigiosos organistas ponen en marcha esta maravillosa y compleja maquinaria musical en un Ciclo Internacional de Conciertos, que han convertido al Señorío de Quevedo en uno de los lugares de encuentro para los amantes de la música clásica eclesiástica. 

Aunque Quevedo no conoció esta obra de arte, sí pudo apreciar la maravilla aún conservada como parte de la maquinaria actual, que suponía un pequeño órgano renacentista de su época y al que ya de forma casi profética dedicó esta alabanza “El Órgano, una junta de afligidos tocada de la mano poderosa y de sus agravios. Los dos fuelles: el uno, el que abaja, el del dolor; el otro, el que sube, el de la confianza en Dios. Una corneta subida, las alabanzas del alma al que la crió. Corneta muda, los gemidos que no se atreven de miedo a descubrirse. De estos instrumentos, muchos en este siglo”.

El Siglo de Oro de las letras españolas tuvo su lugar en este pequeño lugar de La Mancha, donde Quevedo pasó de considerarlo su negocio, a considerarlo su lugar, tras hacer de sus destierros políticos, retiros inspiradores de gran parte de su obra. 

Etiquetas: Quevedo, Felipe IV, Siglo De Oro, Siglo XVII, Conde Duque de Olivares, Torre Juan Abad, Templarios, Poesía 

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